El robo digital está a la orden del día. Ya sean sustracciones de datos bancarios o completas maniobras de suplantación de identidad, los ciber-delitos son una realidad poco interiorizada por los usuarios de Internet. No ser conscientes del peligro que supone compartir públicamente todo tipo de datos personales aparentemente inofensivos suele desembocar en grandes problemas. Es fácil darse cuenta de nuestra vulnerabilidad: si a Obama le han hackeado sus perfiles sociales, imaginen lo que puede hacer algún navegante avispado con nuestra información.

Las redes sociales son el núcleo del problema, no por su propia idiosincrasia, sino por el mal uso que se le suele dar. Echen un vistazo a su timeline en Facebook, seguro que tienen algún amigo o familiar que no para de colgar fotos con los lugares que visita y publicar contenidos relacionados con sus hobbies. Alguien que no es capaz de comprender lo que puede conseguirse con ingeniería social. O lo que es lo mismo, recopilar datos personales de un usuario que pueden comprometer su seguridad.

Contraseñas relacionadas con nuestros datos privados

Usar como contraseña de correo la fecha de su boda, el nombre de su mascota o sus iniciales seguidas de su año de nacimiento. No se asusten, no soy adivino, tan solo me atengo a estudios realizados sobre seguridad informática. De hecho, existen rankings con los password más utilizados a nivel mundial que dejan de manifiesto lo fácil que es acceder a una cuenta ajena haciendo un poco de investigación. Aunque no lo crean, un enorme porcentaje de usuarios siguen utilizando como contraseña de su correo clásicos como “1234”. Eso sí que es vivir peligrosamente.

Si somos muy activos en redes sociales, será más que probable que a lo largo de un año hayamos hablado de nuestros familiares, mascotas y eventos relevantes de nuestra vida. Imaginen ahora que sin darse cuenta hemos agregado a un desconocido que ha estado leyendo toda esa información durante todo ese tiempo y que prueba a introducir algunos de estos datos para acceder a nuestras cuentas personales. Una de las máximas de la mencionada ingeniería social es que los usuarios son el eslabón débil.

Difundir nuestro día a día

Otro de los subgrupos dentro del exhibicionismo digital es el de los obsesos de Instagram o Foursquare, que comparten y muestran con todo lujo de detalles los lugares que visitan. Es como si pusiéramos en la calle carteles con nuestra dirección y una frase que dice “¡eh, que me voy de vacaciones dos semanas a Noruega y mi casa está sola y desprotegida todo este tiempo!”. La existencia de grupos organizados que realizan asaltos a viviendas a partir de la información que recopilan por Internet es una realidad.

Demos un paso más allá. Si difundimos nuestros hábitos diarios como horarios de trabajo o los lugares que frecuentamos estamos haciendo público nuestro plan de ruta diario, dejando al descubierto ya no solo nuestra privacidad, sino también nuestra intimidad al ser de dominio público toda nuestra actividad. Y eso, hablemos del ámbito tecnológico o no, es algo que no está nada bien

Enganchadas-a-internet

Controlar la privacidad en redes sociales

Aún con todo lo mencionado, redes como Facebook tiene una gran profundidad a la hora de personalizar el grado de privacidad de nuestras publicaciones. Ya hemos hablado muchas veces por aquí de las posibilidades para acotar lo que aparece en nuestro muro a los usuarios que deseemos, aunque cada vez existen mayores trabas a la hora de pasar “desapercibidos” (si es que puede afirmarse algo así) en la red. De hecho, recientemente ha desaparecido la posibilidad de hacer que nuestro perfil no aparezca en las búsquedas, por lo que estamos obligados a gestionar el contenido minuciosamente.

Con Twitter pasa lo mismo, siendo una buena idea el hacer nuestra cuenta privada desde las opciones de configuración para que nuestras publicaciones no se indexen en Google y nadie pueda husmear en lo que escribimos sin que le demos permiso. Al final todo es cuestión de concienciarse más que de coartarse.

Hay vida ahí fuera

Aún siendo lo más obvio, aquí viene lo más complicado. Internet es una ventana hacia un nuevo modelo de interacción social que inevitablemente está dejando de lado las relaciones físicas en pos de una comunicación descentralizada, impersonal y hasta cierto punto impertinente. Ante eso no se puede luchar, pero sí concienciar a las nuevas generaciones de internautas acerca de los peligros que acarrean estas prácticas extrapolando el discurso del señor con gabardina que reparte caramelos en la puerta de un colegio en un ámbito contemporáneo.

Aunque las redes sociales están completamente inyectadas en la sociedad, no llevamos ni una década utilizando estos servicios masivos. Una tecnología joven en plena evolución que, al igual que ha sucedido con otros adelantos tecnológicos, requiere de un tiempo de adaptación para ser utilizada con coherencia y responsabilidad para evitar daños como los mencionados a lo largo de este texto. Efectivamente, parece que más allá de guías y tutoriales, lo complicado es aplicar el sentido común.

¿Quieren un buen ejemplo de lo que supone esta irresponsabilidad? Vean Disconnect, una interesante película acerca del distanciamiento humano por culpa de las nuevas tecnologías y las terribles consecuencias de darles un uso indebido.

8 COMENTARIOS

  1. […] Ya hemos hablado antes por aquí acerca de las prácticas que deberíamos seguir para mantener nuestra privacidad lejos de fisgones, pero en este caso vamos a centrarnos en blindar nuestras cuentas con contraseñas fuertes. Muchas páginas web miden la eficacia del password que introducimos, teniendo en cuenta si utilizamos mayúsculas y minúsculas o caracteres numéricos. Para estos casos, algunas reglas mnemotécnicas pueden sernos de ayuda, como utilizar como password algún viejo número de teléfono en desuso nuestro o de algún familiar seguido por las iniciales de nuestra película preferida. Todo es echarle imaginación. […]

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