El concepto de copia, fusile o cómo quieras llamarlo es tan viejo como la historia de los videojuegos. Sobre todo en los primeros tiempos, cuando la industria apenas empezaba a andar y sus ganancias aún no habían llamado demasiado la atención de los grandes estudios de Hollywood y sus abogados. ¿Para qué invertir una pasta en una licencia si puedes «homenajearla» sin tener que rascar un dólar, un yen o una peseta de tu presupuesto?
Una «tradición» que procede ya de los años 80 y 90
Hay muchísimos ejemplos que, gracias al formato físico de los 80 y 90, permanecerán para siempre en las estanterías de los coleccionistas, como pequeños altares dedicados a la picardía de ciertos desarrolladores. En España salió el magistral Desperado, una copia flagrante del Gun.Smoke de Capcom y el no menos estupendo Survivor, protagonizado por un clon del alienígena creado por H.R. Giger para la película de Ridley Scott, ambos de Topo Soft.
El catálogo de videojuegos japoneses de los 80 también es digno de estudio. Quizás porque en aquellos tiempos los bufetes especializados en propiedad intelectual de EE.UU. aún no habían puesto sus ojos en una industria japonesa que comenzaba a emerger a nivel mundial. De ahí que Sega no tuviese ningún problema en lanzar Revenge of Shinobi para Mega Drive, por el que desfilaban Batman, Terminator, Godzilla o Rambo sin soltar un yen en derechos de imagen. Lo gracioso es que con la aparición de la consola en Occidente las siguientes reediciones del juego fueron alterando dichos personajes, tras las amenazas legales de los propietarios de los personajes.
En los años 90 y la década del 2000 la industria del videojuego ya estaba bajo la lupa de los bufetes de abogados, así que «los homenajes» pasaron a ser algo del pasado… hasta que llegaron los juegos para móviles. Aquellas producciones modestas empezaron a brotar en tal número que era literalmente imposible controlar todo lo que podía descargarse cualquier persona de Madrid, Buenos Aires o Hong Kong a golpe de SMS.
Los smartphones abrieron más camino a los clones
Con la irrupción de los smartphones se abrió un campo aún más amplio para un montón de pequeños estudios que no dudaron en aprovechar las fórmulas ideadas por otros para enriquecerse rápidamente, aprovechando el imparable torrente de lanzamientos que aparecían, y aparecen, cada día en Google Play y otras tiendas digitales. Cualquier lanzamiento original que alcanzara cierta repercusión comercial era rápidamente «clonado» por otros desarrolladores, a veces camuflando la mecánica desde una estética completamente distinta y, en otras, imitando hasta los gráficos sin ningún tipo de miramiento.
¿Cuántos copias del juego de disparar faltas han existido? ¿Y de Flappy Bird? ¿Cuántos clones han llegado a aparecer de Angry Birds? La picaresca no solo se centra en clonar la mecánica de un juego de éxito, sino también en el icono de dicho juego, lo primero que verá un potencial comprador al acceder desde su móvil a Google Play. Para muestra, este ejemplo, extraído de un post de Reddit, acerca de los parientes de Clash of Clans que han ido apareciendo, al calor del fenómeno comercial creado por Supercell:
Invasión de clones sobre El Juego del Calamar
Uno de los últimos, y más divertidos, ejemplos lo tenemos en la cantidad de juegos para Android que han surgido al calor del éxito de El Juego del Calamar, el reciente fenómeno de Netflix. Con 111 millones de personas hipnotizadas ante el triste destino de los participantes del macabro juego de supervivencia, no es de extrañar que Google Play haya recibido una invasión de pequeños juegos basados en las pruebas de la serie.
Solo tienes que introducir en el buscador de Uptodown los términos «Squid Game» e incluso «Calamar» (así, en español), para descubrir una apabullante oferta de juegos para Android inspirados en el show de Netflix que recrean algunas de las pruebas de la serie o directamente todas, una tras otra.
Desde la inquietante versión del escondite, con su muñeca gigante incluida, al no menos angustioso juego de la galleta o la prueba de tirar de la cuerda. Si hasta han recreado el pasillo de losetas de cristal.
Los iconos de estos juegos no dudan en utilizar como reclamo los elementos más reconocibles de El juego del calamar, desde el uniforme de los vigilantes hasta la omnipresente muñeca. Es un fenómeno realmente curioso al que Netflix no ha podido, o quizás no ha querido, poner freno. Al menos de momento. Posiblemente porque el gasto en abogados, persiguiendo uno por uno a cada desarrollador, sería estratosférico.
En esta era de consumo desmedido y frenético, en el que los fenómenos de la cultura pop apenas duran unos meses, estas adaptaciones sin licencia de El juego del calamar quedarán como una curiosidad, otro capítulo más dentro de una guerra sin cuartel por sacar el mayor beneficio dentro de un mercado cada vez más masivo, en el que es muy complicado llamar la atención si no cuentas con un abultado presupuesto de marketing que te permita escalar posiciones en las tiendas digitales a golpe de talonario.