¿Recordáis Chatroulette? Sí, esa revolucionaria herramienta para entablar conversaciones de chat aleatoriamente con gente desconocida y donde en el 80% de las veces acabábamos viendo genitales por webcam. El anonimato como potente herramienta de socialización vuelve a la carga esta vez a través de nuestro smartphone: Meow es una aplicación para smartphone que permite conectarnos a salas de chat anónimas y entablar conversación con usuarios de todo el mundo con el aliciente de poder realizar búsquedas según nuestra localización.

El carácter deshinibidor del anonimato siempre ha sido una constante en Internet desde la implantación de los servicios de chat y mensajería instantánea en el público generalista. Muy lejos quedan ya aquellos años 90 en los que accedíamos a salas temáticas al cobijo de un pseudónimo utilizando la foto de un desconocido modelo noruego de ropa interior como avatar para jugar al despiste. Con estas prácticas, sin duda era posible expresarnos sin tapujos y relacionarnos con el as en la manga que supone el poder desaparecer por completo en caso de decir algo que no debemos.

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Meow es la enésima herramienta que se aprovecha de esta característica, transformando el chat inmediato y destartalado del mencionado Chatroulette por una estructura escalable que permite hablar con desconocidos mediante un proceso mucho más natural. Al crearnos nuestra cuenta de usuario podemos acceder a una de las cientos de salas de chat anónimas que genera la aplicación, desde la que podemos intervenir en una conversación múltiple. Si queremos hablar con una persona en concreto, podemos solicitar con ella un chat privado que deben aceptar ambas partes. Y de ahí lo que surja.

Lo complicado de estos servicios es intentar erradicar el germen sexual del asunto, y es que es más que probable que la mayoría de interesados por este servicio busquen darse una alegría para el cuerpo más que entablar una reveladora y profunda conversación sobre temas trascendentales con un completo desconocido con el que poder sincerarse. No, salvo raras excepciones, Meow acabará siendo lo de siempre, una herramienta para lanzarse al ligoteo indiscriminado a partir de fotografías con filtros de Instagram y emojis descacharrantes. No hay que buscar donde no hay.

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De hecho, a nadie le sorprende el hecho de que por norma general, el anonimato promueve el lado más soez y descortés del internauta de a pie. No hace falta corroborar con datos fidedignos de lo que resulta casi-obvio, pero es fácil encontrar estudios en los que se demuestra que los comentarios vertidos en redes sociales desde un perfil desanclado a nuestros credenciales reales son mucho más hirientes y deleznables que los que podríamos hacer con nuestro nombre de pila por delante.

Queramos o no, la psicología de masas y la reacción del individuo ante el cobijo de una masa anónima tiene más connotaciones negativas que románticas por mucho que estas prácticas sirvan de caballo de batalla para luchar contra causas injustas. Ya sea para criticar a un famoso por Twitter o para intentar que una adolescente taiwanesa nos enseñe algo más que una sonrisa, ocultar nuestra identidad en el ámbito digital para relacionarnos en público hace las relaciones humanas más retorcidas de lo que ya son de por sí.

2 COMENTARIOS

  1. Uff, peligroso, sobre todo para los menores… Pregunto si no se les puede localizar por las IP, aunque no sé, si son dinámicas será más difícil….

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